domingo, 20 de mayo de 2012

El Último Malón - documento-


“mientras la escoba de la civilización no se pasee libremente por la pampa, de día y de noche, quedará inficionada de sabandijas”
Carlos Enrique Pellegrini  -  1859 – Comisión Exploradora a Bahía Blanca

La historia oficial cuenta que en la madrugada del 19 de mayo de 1.859, entre las 2 y las 5 horas, unos 3.000 indígenas al mando de Calfucurá, ingresaron al poblado. Provistos de flechas, hondas y lanzas, rodearon la vieja fortaleza desde diversos puntos, aunque unos 2.000 lo hicieron desde el extremo norte, por lo que hoy conocemos los bahienses como la calle 19 de Mayo. Al llegar a la actual esquina de 19 de Mayo y Zelarrayán, ingresaron al comercio allí ubicado, propiedad de Francisco Iturra, apoderándose de cierta cantidad de alcohol. El coronel José Orquera, quien horas antes había sido advertido de la llegada del malón por un vecino de apellido Mora, se encerró con sus fuerzas en el Fuerte Argentino y no peleó. Mientras que Juan Charlone, jefe de la Legión Italiana, realizó una rápida defensa que frenó el ataque y provocó el retiro de Calfucurá y sus hombres. El saldo de la masacre fue de 200 muertos. Luego, para concluir la matanza, el coronel Orquera ordenó apilar los cadáveres de los denominados “invasores” en la actual Plaza Rivadavia, y el mediodía del 20 de Mayo, con el pueblo reunido los prendió fuego.

La construcción del relato histórico es parte  de una disputa de poder  que atraviesa los conflictos sociales de una comunidad. La Nueva Provincia ha desempeñado un papel de primer orden en la hegemonía simbólica del pasado bahiense. Para 1978, en el marco del Sesquicentenario de la ciudad, el diario local edita un libro “homenaje”, en el que sostiene ya en sus primeras líneas que “desde su fundación hasta el primer paso de la conquista del desierto, el poblado transita por una tierra virgen, estremecida por el aislamiento y el malón. A partir de allí, tras la campaña de Roca, y con la llegada del ferrocarril, los hombres con alma de pioneros hollan (sic) el camino de sus vocaciones y comienzan a construir. Es la epopeya que sueña con ser ciudad, capital, punto importante de la Nación”. Las fotos y los mensajes de saludo de los genocidas Videla, Massera y Agosti ilustran la página siguiente. Los pueblos originarios son caracterizados en estas páginas como “hordas salvajes”, “bárbaros”, “vándalos”. Se repite nuevamente la vieja conceptualización sarmientina de civilización y barbarie.

Si tomamos las editoriales que hasta el día de hoy publica el Diario naval, encontraremos de forma reiterada el uso del concepto de  “guerra interna”  para referirse al desplazamiento y aniquilación de los pueblos originarios. El mismo término que usaron para avalar y acompañar el  plan sistemático de desaparición de personas bajo la última dictadura cívico militar en los años 70´.

Esta continuidad discursiva no es casual ya que lleva impregnado el carácter reaccionario de las clases dominantes, que en pos del progreso masacraron a miles de hombres y mujeres para defender los territorios previamente arrebatados.  Durante el rosismo se utilizaron los conflictos inter tribales, que tenían otra naturaleza, para dividir a la comunidades originarias, aprovechando esta situación se avanzó en la extensión de la frontera a costa de la identidad de muchos pueblos que fueron masacrados y sometidos. Luego, con la conformación del Estado Nacional a manos del roquismo, llegó la incorporación del país al entramado agro exportador desde una perspectiva colonial y dependiente. Así el aniquilamiento de los pueblos originarios y su desplazamiento fue fundamental para la instrumentación del modelo agroexportador, mediante un genocidio continental.

Se ha sostenido popularmente que “la historia la escriben los que ganan”, pero los pueblos han resistido a las propuestas parciales y excluyentes que ha ofrecido el poder. Toda comunidad  tiene la necesidad de reconocerse en un relato contenedor de su propia diversidad,  que dé sentido a su presente y permita encarar la construcción del futuro bajo la premisa de saber quiénes somos y de dónde venimos. 

Nunca hubo historias lineales;  el relato histórico es el resultado, tanto concreto como simbólico, de los conflictos sociales que se dan en una comunidad determinada, producto de intereses contrapuestos. De esta forma podemos afirmar que nuestra historia está cargada de persecución, represión  y omisiones. Sin embargo, éstos han sido los intentos desesperados del poder, por acallar las resistencias, los sueños y los proyectos de los pueblos.

Con motivo del último aniversario de la fundación de la Fortaleza, el Intendente Interino  Gustavo Bevilaqcua, se refirió a la ciudad como producto del prominente avance de la frontera para desandar el camino del progreso. El titular del Departamento Ejecutivo avala de esta forma el carácter invasor del Ejército,  al exaltar a sus jefes.

Hoy presenciamos en nuestra ciudad los intentos de los sectores corporativos por tallar el futuro acorde a sus mezquinos intereses. La lógica capitalista, basada en criterios anacrónicos de “progreso” y “civilización”, nada dice de quienes pagan los platos rotos del supuesto desarrollo. El poder local habla de una “tercera fundación” al proponernos el proyecto de Dragado en Cerri y la ampliación del Polo Petroquímico. La corporación económica a través de empresas transnacionales, el Consorcio de Gestión del Puerto, la UIA son los actores fundamentales de este proyecto. Pretenden en estos días imponer la instalación de la Termoeléctrica como pieza fundamental de la refundación. Necesariamente todo esto nos lleva a preguntarnos ¿en el marco de que política de Estado Nación se le da a Bahía Blanca el rol de terminal portuaria?

Después del último malón, se construye un cerco perimetral que reasegura el poblado.  Con la llegada del ferrocarril y la instalación del puerto hacia 1885 se consolida el proyecto agroexportador impulsado por la Generación del 80´. De esta forma nuestra localidad se constituye como una pieza fundamental  del armado de la oligarquía argentina. Bahía  Blanca recorrerá todo el Siglo XX como eje portuario y comercial, aunque con un gran desarrollo de la industria liviana a mediados del mismo, producto de los planes de industrialización nacional que se dieron como resultado de la incorporación de nuevos paradigmas político ideológicos. La última dictadura cívico militar desarticuló el entramado económico para regresar a una economía dependiente: el terror estatal fue la herramienta imprescindible con 30.000 compañeros desaparecidos.

En este camino de recuperar la memoria, nuestra ciudad vive uno de los hechos históricos fundamentales, al intentar esclarecer lo transitado por las víctimas del terrorismo de Estado en los años  70´.  Juzgar a los responsables y a sus cómplices nos obliga a la apertura de un debate integral sobre nuestro pasado para poder definir hacia donde queremos avanzar como ciudad. Este debate, por los Derechos Humanos, también debe incluir necesariamente los aberrantes crímenes cometidos contra los pueblos originarios.

Citando un fragmento del libro Argentina Originaria del periodista Darío Aranda, agregamos: "A fines del siglo XIX el Estado argentino también creó campos de concentración, desapareció personas, torturó, asesinó y robó niños. Los pueblos indígenas estuvieron, como nunca antes en su historia, cerca del exterminio. Sin embargo, aún hoy, un gran sector de la sociedad argentina niega que haya sido un genocidio. La Argentina moderna está construida sobre esa negación, la madre de todas las represiones".

Vivimos en una Bahía Blanca armada acorde a los intereses de la transformación petroquímica de nuestra terminal portuaria, con el sustento de las universidades y 20 años de lobby ininterrumpido por parte de la Dow Chemical.

Son múltiples las postales que nos brinda el presente y nuestra propia historia nacional. Podemos quedarnos en una postura derrotista,  ante el poder avasallante de las corporaciones, o  recordar e hilvanar una historia de luchas y reivindicaciones populares, de las que el último malón fue un pico de resistencia histórico ante las políticas de opresión a los pueblos originarios, como pieza del genocidio continental perpetrado por los Estados coloniales europeos durante 500 años de conquista.

El desplazamiento de los pueblos originarios continúa en la Argentina actual. La mega minería, el plan agroalimentario y la sojización son ejemplos insoslayables del modelo económico capitalista. Como juventudes políticas valoramos la resistencia de las comunidades originarias y creemos necesaria la realización de este acto de reparación histórica que no empieza ni termina aquí, ya que la concebimos en toda su dimensión en el marco de una batalla cultural por re significar nuestro pasado y nuestro presente.

La Cigarra / Grupo 83 / Colectivo El Aguijón /
Juventud del Encuentro Amplio / Ecos Latinoamericanos