“la demagogia
autoritaria presentó a los políticos como mentirosos que prometen cosas que
jamás cumplirán, aunque largo fue el camino entre las promesas y las
realizaciones; como mentirosos contumaces; como maestros en el arte del acomodo
y la simulación; como buscadores frívolos del consenso fácil; como corruptos o
cómplices de los corruptos; como agentes del caos; como agitadores
superficiales. Los políticos son los caudillos, los caudillos son los punteros:
hombres grises, para los apologistas del autoritarismo, hombres poco
imaginativos, dúplices, casi nunca cultos, capaces de esterilizar las energías
nacionales en debates inútiles y huecos. Los partidos, en esa lógica,
fragmentan a una sociedad que de otra forma estaría unida: La Nación o los
partidos, dice una consigna. Los políticos, además son presentados como
débiles, irresolutos, vacilantes, divagadores, repetitivos. Habría, en fin, una
tradición ideal que se hubiera mantenido si no hubieran reaparecido los
políticos para poner fin con sus intrigas de comité, a los buenos tiempos”
De
esta forma Enrique Pandolfi conceptualiza el pensamiento autoritario en una
nota de 1983 bajo el sugerente título de “Los
Antipolíticos” publicado en la revista Formación Política para la
Democracia. La tarea desarrollada por la última dictadura cívico militar tuvo
entre sus objetivos la desarticulación del tejido socio cultural de resistencia
que se estructuraba fuertemente en nuestro país y que objetaba los privilegios
de los sectores dominantes. Para tal tarea era necesario inocular miedo, asesinar
30.000 compañeros, desprestigiar la política y la militancia como herramientas
imprescindibles para la transformación social.
Durante
los años 90, el neoliberalismo encarnado en el PJ menemista, terminó por colocar un manto de frivolidad y
desprestigio general hacia la actividad política. Ante la “corrupción de los políticos”, los sectores neoconservadores
empezaron a usar términos como “eficiencia”
“gasto público” “gerencia”,
articulándose así una tecnocracia de raigambre económica que concibió al
Estado bajo la diagramación de una empresa privada. La anti política sembraba una
apatía y un desinterés generalizado en el pueblo argentino, encandilado por las
luces de los mass medias.
Hoy
estos sectores se encuentran revestidos marketineramente, con logos amarillos y
globos de colores, bajo sonrisas publicitarias al estilo berlusconiano, y
con sus acciones pretenden frenar
cualquier tipo de mejora en pos de una mayor democratización del poder político
y de cualquier avance de igualitarismo social. No deben quedar dudas: las
corporaciones no dejan pasar oportunidad alguna para colarse en la agenda
pública intentando socavar el sistema democrático.
En
este escenario la militancia juvenil debe articular los espacios críticos y de
construcción necesarios. El
resurgimiento del compromiso de los jóvenes es producto de un cambio
generacional, dentro de un sistema democrático que está por cumplir 30 años. La
permanencia del Estado de derecho y la revalorización de la política han generado
cambios culturales significativos que
conducen a una serie de conquistas que deben ser defendidas y
profundizadas. Como dijimos anteriormente, muchos querrán asociar la militancia
con el clientelismo político, ante estos ataques es necesario reforzar la
coherencia y el compromiso ideológico de transformación más allá de las pertenencias
e identidades partidarias que seguirán existiendo. El debate y el intercambio
de ideas son bienvenidos.
GRUPO 83