jueves, 10 de mayo de 2012

LARRABURU - EDITORIAL - TXT


“y se descendió del plano idealista a la política del servicio personal, la conquista de voluntades nó por motivos atinentes al país, al orden público, sino por servicios, atenciones, empleos, favores lícitos o ilícitos , afectos, amistades. En lugar de enaltecer el espíritu cívico de cada ciudadano, se involucionó, trastocando las razones cívicas por otras de tipo personal, que implicaban una corrupción encubierta del voto, función eminente de la ciudadanía , para ser ejercida con la visión exclusiva del interés nacional”

Lo que describe Moises Lebensohn en 1942 es una buena síntesis para comenzar a referirnos a uno de los tabués de la política bahiense: DAMASO LARRABURU. La política del servicio personal  desjerarquiza y desprestigia el sufragio, y desjerarquiza y desprestigia a todo lo que de ella parte. Terminamos así por naturalizar situaciones que no deberían ser tales, tolerándolas como parte del escenario habitual de la política. 

Y no se trata de analizar  los procesos políticos desde la conceptualización del “honestismo”, como muy bien defininió Martín Caparrós y que es más una especie de reacción pacata de ciertos sectores sociales que buscan hacernos creer que la política es sinónimo de corrupción y por ende, licuando previamente los debates ideológicos, terminar llevando todo a los estrados judiciales. Se trata de preguntarnos a que intereses sirven estos individuos “cuando alzan las banderas”.

Dámaso es el claro ejemplo del político profesional, caracterizado por la habilidad de ocultar su pensamiento, simular o disimular, flotando así sobre las corrientes contradictorias, como balsa en el agua, manteniéndose siempre en la superficie. Triste existencia de quienes pragmáticamente son capaces de todo con tal de mantener sus pequeñas parcelas de poder.

Mientras tanto la ciudadanía bahiense caraterizada por su pasividad, y contruida por ellos mismos, mira para el costado o sólo se indigna desde sus casas en típica actitud posmoderna sin comprometerse activamente. A pesar de este escenario y contra la voluntad de quienes detentan estas prácticas, algo empieza a cambiar cuando cada día son más los jóvenes que se involucran en la política, aunque aclarando que mecánicamente ser joven no es sinónimo de coherencia ideológica. Pero como sostuvo Salvador Allende en la Universidad de Guadalajara “ser joven y no ser revolucionario, es una contradicción hasta biológica pero ir avanzando en los caminos de la vida y mantenerse como revolucionario, en una sociedad burguesa, es difícil”, ahí se encuentra parte de la tarea de los políticos profesionales, cultivando desconfianza, inoculando desilusión, cosechando derrotismo…

Es la única forma que tienen para la vigencia de ese “todo vale” que ya pareciera instalarse hegemónicamente en la política bahiense. No importa que se perpetre un golpe de palacio, acompañado por la prensa hegemónica, corriendo a un Intendente elegido por el voto y colocando luego a un títere traído desde Alemania. No importa que se burle impunemente la voluntad popular y que luego tengamos sentado en el sillón de Bordeau a un perfecto desconocido. No importa que se cierren descaradamente negocios con las corporaciones económicas locales. No importa que se coloquen amigos en la justicia.

Dámaso, es el político con mayor imagen negativa de la ciudad. No se presenta a un cargo electivo desde hace años, pero existe un consenso social en colocarlo como el político con mayor influencia, con una especie de omnipresencia,  construyendo su poder en las sombras. Ahora, desde el negocio del fútbol, se está llevando a cabo una operación “a lo Macri” de limpieza de su nombre. 

Justamente en estos momentos en los que el “monje negro” comienza a mostrarse es necesario que las cosas empiecen a ser llamadas por su nombre, sin temores feudales a posibles represalias. El poder se basa en el miedo, y el miedo paraliza. Queda en nosotros impedir que Bahía Blanca se convierta definitivamente en “Larraburulandia”.

GRUPO 83