“y se descendió del plano idealista a la política del
servicio personal, la conquista de voluntades nó por motivos atinentes al país,
al orden público, sino por servicios, atenciones, empleos, favores lícitos o
ilícitos , afectos, amistades. En lugar de enaltecer el espíritu cívico de cada
ciudadano, se involucionó, trastocando las razones cívicas por otras de tipo
personal, que implicaban una corrupción encubierta del voto, función eminente
de la ciudadanía , para ser ejercida con la visión exclusiva del interés
nacional”
Lo que describe Moises Lebensohn en 1942 es una
buena síntesis para comenzar a referirnos a uno de los tabués de la política
bahiense: DAMASO LARRABURU. La política del servicio personal desjerarquiza y desprestigia el sufragio, y
desjerarquiza y desprestigia a todo lo que de ella parte. Terminamos así por
naturalizar situaciones que no deberían ser tales, tolerándolas como parte del
escenario habitual de la política.
Y no se trata de analizar los procesos políticos desde la conceptualización
del “honestismo”, como muy bien defininió
Martín Caparrós y que es más una especie de reacción pacata de ciertos sectores
sociales que buscan hacernos creer que la política es sinónimo de corrupción y
por ende, licuando previamente los debates ideológicos, terminar llevando todo
a los estrados judiciales. Se trata de preguntarnos a que intereses sirven
estos individuos “cuando alzan las
banderas”.
Dámaso es el claro ejemplo del político
profesional, caracterizado por la habilidad de ocultar su pensamiento, simular
o disimular, flotando así sobre las corrientes contradictorias, como balsa en
el agua, manteniéndose siempre en la superficie. Triste existencia de quienes
pragmáticamente son capaces de todo con tal de mantener sus pequeñas parcelas
de poder.
Mientras tanto la ciudadanía bahiense
caraterizada por su pasividad, y contruida por ellos mismos, mira para el costado
o sólo se indigna desde sus casas en típica actitud posmoderna sin
comprometerse activamente. A pesar de este escenario y contra la voluntad de quienes
detentan estas prácticas, algo empieza a cambiar cuando cada día son más los
jóvenes que se involucran en la política, aunque aclarando que mecánicamente
ser joven no es sinónimo de coherencia ideológica. Pero como sostuvo Salvador
Allende en la Universidad de Guadalajara “ser
joven y no ser revolucionario, es una contradicción hasta biológica pero ir
avanzando en los caminos de la vida y mantenerse como revolucionario, en una
sociedad burguesa, es difícil”, ahí se encuentra parte de la tarea de los
políticos profesionales, cultivando desconfianza, inoculando desilusión, cosechando
derrotismo…
Es la única forma que tienen para la vigencia
de ese “todo vale” que ya pareciera
instalarse hegemónicamente en la política bahiense. No importa que se perpetre
un golpe de palacio, acompañado por la prensa hegemónica, corriendo a un
Intendente elegido por el voto y colocando luego a un títere traído desde
Alemania. No importa que se burle impunemente la voluntad popular y que luego
tengamos sentado en el sillón de Bordeau a un perfecto desconocido. No importa
que se cierren descaradamente negocios con las corporaciones económicas
locales. No importa que se coloquen amigos en la justicia.
Dámaso, es el político con mayor imagen
negativa de la ciudad. No se presenta a un cargo electivo desde hace años, pero
existe un consenso social en colocarlo como el político con mayor influencia,
con una especie de omnipresencia, construyendo su poder en las sombras. Ahora,
desde el negocio del fútbol, se está llevando a cabo una operación “a lo Macri” de limpieza de su nombre.
Justamente en estos momentos en los que el “monje negro” comienza a mostrarse es
necesario que las cosas empiecen a ser llamadas por su nombre, sin temores
feudales a posibles represalias. El poder se basa en el miedo, y el miedo
paraliza. Queda en nosotros impedir que Bahía Blanca se convierta
definitivamente en “Larraburulandia”.
GRUPO 83