“mientras la escoba de la civilización no se pasee libremente por la pampa,
de día y de noche, quedará inficionada de sabandijas”
Carlos Enrique Pellegrini - 1859 – Comisión Exploradora a Bahía Blanca
La historia oficial cuenta que
en la madrugada del 19 de mayo de 1.859, entre las 2 y las 5 horas, unos 3.000
indígenas al mando de Calfucurá, ingresaron al poblado. Provistos de flechas, hondas
y lanzas, rodearon la vieja fortaleza desde diversos puntos, aunque unos 2.000
lo hicieron desde el extremo norte, por lo que hoy conocemos los bahienses como
la calle 19 de Mayo. Al llegar a la actual esquina de 19 de Mayo y Zelarrayán,
ingresaron al comercio allí ubicado, propiedad de Francisco Iturra,
apoderándose de cierta cantidad de alcohol. El coronel José Orquera, quien
horas antes había sido advertido de la llegada del malón por un vecino de
apellido Mora, se encerró con sus fuerzas en el Fuerte Argentino y no peleó.
Mientras que Juan Charlone, jefe de la Legión Italiana, realizó una rápida
defensa que frenó el ataque y provocó el retiro de Calfucurá y sus hombres. El
saldo de la masacre fue de 200 muertos. Luego, para concluir la matanza, el
coronel Orquera ordenó apilar los cadáveres de los denominados “invasores” en la actual Plaza
Rivadavia, y el mediodía del 20 de Mayo, con el pueblo reunido los prendió
fuego.
La construcción del relato
histórico es parte de una disputa de
poder que atraviesa los conflictos
sociales de una comunidad. La Nueva Provincia ha desempeñado un papel de primer
orden en la hegemonía simbólica del pasado bahiense. Para 1978, en el marco del
Sesquicentenario de la ciudad, el diario local edita un libro “homenaje”, en el que sostiene ya en sus
primeras líneas que “desde su fundación
hasta el primer paso de la conquista del desierto, el poblado transita por una
tierra virgen, estremecida por el aislamiento y el malón. A partir de allí,
tras la campaña de Roca, y con la llegada del ferrocarril, los hombres con alma
de pioneros hollan (sic) el camino de sus vocaciones y comienzan a construir.
Es la epopeya que sueña con ser ciudad, capital, punto importante de la Nación”.
Las fotos y los mensajes de saludo de los genocidas Videla, Massera y Agosti
ilustran la página siguiente. Los pueblos originarios son caracterizados en
estas páginas como “hordas salvajes”,
“bárbaros”, “vándalos”. Se repite nuevamente la vieja conceptualización sarmientina
de civilización y barbarie.
Si tomamos las editoriales que
hasta el día de hoy publica el Diario naval, encontraremos de forma reiterada
el uso del concepto de “guerra interna” para referirse al desplazamiento y
aniquilación de los pueblos originarios. El mismo término que usaron para
avalar y acompañar el plan sistemático
de desaparición de personas bajo la última dictadura cívico militar en los años
70´.
Esta continuidad discursiva no
es casual ya que lleva impregnado el carácter reaccionario de las clases
dominantes, que en pos del progreso masacraron a miles de hombres y mujeres
para defender los territorios previamente arrebatados. Durante el rosismo se utilizaron los
conflictos inter tribales, que tenían otra naturaleza, para dividir a la
comunidades originarias, aprovechando esta situación se avanzó en la extensión
de la frontera a costa de la identidad de muchos pueblos que fueron masacrados y
sometidos. Luego, con la conformación del Estado Nacional a manos del roquismo,
llegó la incorporación del país al entramado agro exportador desde una
perspectiva colonial y dependiente. Así el aniquilamiento de los pueblos
originarios y su desplazamiento fue fundamental para la instrumentación del
modelo agroexportador, mediante un genocidio continental.
Se ha sostenido popularmente que
“la historia la escriben los que ganan”,
pero los pueblos han resistido a las propuestas parciales y excluyentes que ha
ofrecido el poder. Toda comunidad tiene
la necesidad de reconocerse en un relato contenedor de su propia diversidad, que dé sentido a su presente y permita encarar
la construcción del futuro bajo la premisa de saber quiénes somos y de dónde
venimos.
Nunca hubo historias lineales; el relato histórico es el resultado, tanto
concreto como simbólico, de los conflictos sociales que se dan en una comunidad
determinada, producto de intereses contrapuestos. De esta forma podemos afirmar
que nuestra historia está cargada de persecución, represión y omisiones. Sin embargo, éstos han sido los
intentos desesperados del poder, por acallar las resistencias, los sueños y los
proyectos de los pueblos.
Con motivo del último
aniversario de la fundación de la Fortaleza, el Intendente Interino Gustavo Bevilaqcua, se refirió a la ciudad
como producto del prominente avance de la frontera para desandar el camino del
progreso. El titular del Departamento Ejecutivo avala de esta forma el carácter
invasor del Ejército, al exaltar a sus
jefes.
Hoy presenciamos en nuestra
ciudad los intentos de los sectores corporativos por tallar el futuro acorde a
sus mezquinos intereses. La lógica capitalista, basada en criterios anacrónicos
de “progreso” y “civilización”, nada dice de quienes pagan los platos rotos del
supuesto desarrollo. El poder local habla de una “tercera fundación” al proponernos el proyecto de Dragado en Cerri
y la ampliación del Polo Petroquímico. La corporación económica a través de
empresas transnacionales, el Consorcio de Gestión del Puerto, la UIA son los
actores fundamentales de este proyecto. Pretenden en estos días imponer la
instalación de la Termoeléctrica como pieza fundamental de la refundación. Necesariamente
todo esto nos lleva a preguntarnos ¿en el marco de que política de Estado
Nación se le da a Bahía Blanca el rol de terminal portuaria?
Después del último malón, se
construye un cerco perimetral que reasegura el poblado. Con la llegada del ferrocarril y la
instalación del puerto hacia 1885 se consolida el proyecto agroexportador
impulsado por la Generación del 80´. De esta forma nuestra localidad se
constituye como una pieza fundamental del
armado de la oligarquía argentina. Bahía Blanca recorrerá todo el Siglo XX como eje
portuario y comercial, aunque con un gran desarrollo de la industria liviana a
mediados del mismo, producto de los planes de industrialización nacional que se
dieron como resultado de la incorporación de nuevos paradigmas político
ideológicos. La última dictadura cívico militar desarticuló el entramado
económico para regresar a una economía dependiente: el terror estatal fue la
herramienta imprescindible con 30.000 compañeros desaparecidos.
En este camino de recuperar la
memoria, nuestra ciudad vive uno de los hechos históricos fundamentales, al
intentar esclarecer lo transitado por las víctimas del terrorismo de Estado en
los años 70´. Juzgar a los responsables y a sus cómplices nos
obliga a la apertura de un debate integral sobre nuestro pasado para poder
definir hacia donde queremos avanzar como ciudad. Este debate, por los Derechos
Humanos, también debe incluir necesariamente los aberrantes crímenes cometidos
contra los pueblos originarios.
Citando
un fragmento del libro Argentina Originaria del periodista Darío Aranda,
agregamos: "A fines del siglo XIX el
Estado argentino también creó campos de concentración, desapareció personas,
torturó, asesinó y robó niños. Los pueblos indígenas estuvieron, como nunca
antes en su historia, cerca del exterminio. Sin embargo, aún hoy, un gran sector
de la sociedad argentina niega que haya sido un genocidio. La Argentina moderna
está construida sobre esa negación, la madre de todas las represiones".
Vivimos en una Bahía Blanca
armada acorde a los intereses de la transformación petroquímica de nuestra
terminal portuaria, con el sustento de las universidades y 20 años de lobby
ininterrumpido por parte de la Dow Chemical.
Son múltiples las postales que
nos brinda el presente y nuestra propia historia nacional. Podemos quedarnos en
una postura derrotista, ante el poder
avasallante de las corporaciones, o recordar e hilvanar una historia de luchas y
reivindicaciones populares, de las que el último malón fue un pico de
resistencia histórico ante las políticas de opresión a los pueblos originarios,
como pieza del genocidio continental perpetrado por los Estados coloniales
europeos durante 500 años de conquista.
El desplazamiento de los
pueblos originarios continúa en la Argentina actual. La mega minería, el plan
agroalimentario y la sojización son ejemplos insoslayables del modelo económico
capitalista. Como juventudes políticas valoramos la resistencia de las
comunidades originarias y creemos necesaria la realización de este acto de
reparación histórica que no empieza ni termina aquí, ya que la concebimos en
toda su dimensión en el marco de una batalla cultural por re significar nuestro
pasado y nuestro presente.
La Cigarra / Grupo 83 / Colectivo El Aguijón /
Juventud del Encuentro Amplio / Ecos Latinoamericanos