El
primer ejercicio que invitamos a realizar de forma hipotética es
preguntarnos que pasaría si salimos a consultarle a los bahienses, a
nuestros vecinos de a pie, mayores de 18, qué nos mencionen de corrido los nombres
de cómo mínimo 6 concejales, sin dudar y sin chistar. Nos
arriesgamos a sostener que a unos cuantos vecinos se les complicaría
tal tarea, al intentar completar los nombres. Y eso que estamos
hablando de la ciudad, de lo que debería ser objetivamente la cuna
de la democracia, en la que los ciudadanos tienen acceso no sólo más
directo a sus representantes, sino que deberían tener mayor
capacidad de influencia directa en la cosa pública.
La
apatía, el “no
te metás”,
el “algo
habrán hecho”
conformaron una cultura de la antipolítica, en una sociedad donde
gran parte fue criada bajo gobiernos de facto. Nuestra realidad como
jóvenes es otra, nacimos y nos criamos en democracia, somos
generacionalmente hijos de la democracia, para nosotros igualdad
social y Estado de derecho no son valores antitéticos.
Esa
disociación entre lo que se suele llamar “los
políticos”
y la ciudadanía corresponde a una multiplicidad de factores de los
que somos responsables todos los que participamos y militamos
políticamente. Pero cuando la política vuelve, cuando la política
retorna, algunos desde sus comodidades y su mentalidad conservadora
se asustan. Los jóvenes son los primeros en ser señalados.
Y
por más que ha muchos les moleste la juventud es esencial para
entender a la política cabalmente como herramienta de cambio.
Debemos preguntarnos a que se debe el envejecimiento de nuestra clase
política, y eso nos debe preocupar por la salud de nuestro propio
sistema democrático. Varios autores consideran que uno de los
motivos del deterioro del espíritu revolucionario francés se debió
justamente a que años después eran los mismos que en 1789, se había
generado un agotamiento biológico. Si, se había generado un
agotamiento biológico de los cuadros políticos revolucionarios.
Nuestra clase política está envejecida, en el medio tenemos la
desaparición de una generación que hoy debería estar. De 30.000
compañeros desaparecidos que hoy no se encuentran con nosotros y que
hubieran necesariamente, sin caer en idealizar a nadie, ocupado
espacios militantes e institucionales y hubieran al mismo tiempo
formado nuevas camadas militantes.
La
formación de nuevos cuadros, la formación de nuevos militantes que
entiendan la importancia del sostenimiento y profundización del
sistema democrático debe ser, hasta por una cuestión de
supervivencia, uno de nuestros principales objetivos. Pero debemos
reconocer que en nuestra realidad cotidiana nos encontramos con
aquellos que Moisés Lebensohn denominó “políticos
profesionales”, los que forman esas especies de PYMES familiares y
se quedan engarzados ininterrumpidamente a cargos públicos. Esa
gente, que todos conocemos, y que viven de la política, y no para la
política.
El
envejecimiento de las estructuras políticas es una realidad palpable
en todas las organizaciones políticas occidentales. En su momento, y
sólo como ejemplo, el Partido Socialista francés, en su Congreso
Nacional al momento de enfrentar la competencia electoral por la
presidencia, y ungirse luego como candidata a Segolen Royal realizó
un preocupante balance en torno a la composición etaria de sus
afiliados y de la militancia socialista.
Así
el agotamiento de las experiencias de la izquierda europea, condujo a
una desvirtuación ideológica de algunas experiencias como el
laborismo inglés acercándose claramente hacia el liberalismo, la
impotencia del socialismo francés, la desaparición del comunismo
italiano y frances (ambos grandes partidos europeos), o las
limitaciones del PSOE al quedarse anclados en conquistar mayores
derechos civiles para las minorías como la ley de Igualdad que
implican avances sociales pero paralizados ante el aumento de las
diferencias entre las clases que conducen a una mayor concentración
económica. Ante la crisis global del capitalismo hoy son impotentes
de generar nuevas recetas.
Es
posible que la realidad política europea este atada a un
envejecimiento de su pirámide poblacional, cosa que dista de ser
semejante en Latinoamérica. Mirando nuestra realidad inmediata, los
segmentos juveniles de la ciudad, de nuestra Bahía Blanca, equivalen
a más de 1/3 de la población total urbana. ¿Cómo están
representados esos chicos? ¿Con dirigentes que podrían ser sus
padres o sus abuelos? La juventud es un actor de envergadura propia.
Sin
lugar a duda los efectos del neoliberalismo, de la desocupación y la
exclusión tienen a la juventud entre sus principales víctimas.
Hace
unos días falleció Eric Hobsbawm, quien fuera el gran historiador
del Siglo XX, en una de sus obras al reseñar el llamado “siglo
corto”
consideró que una de las novedades sociales de mayor importancia del
mundo de pos guerra fue dar a la luz a un masivo y nuevo actor
político / social en los años 60: la juventud. Caracterizada por su
autonomía, su nivel de alfabetización, su origen social, su
radicalismo ideológico y compromiso con los más desposeídos.
Francia, Alemania y Gran Bretaña tenían 150.000 estudiantes
universitarios antes de la 2° Guerra Mundial, y luego en los 80´
los estudiantes se contaron por millones. Todo esto fue nuevo y
repentino generando una revolución cultural sorprendente, con una
fuerza política más importante que nunca. Hobsbwan sostiene:
“hasta
los años
setenta
el mundo de la posguerra estuvo gobernado por una gerontocracia en
mucha mayor medida que en épocas pretéritas, en especial por
hombres que ya eran adultos al final, o incluso al principio, de la
primera guerra mundial. Esto valía tanto para el mundo capitalista
(Adenauer, De Gaulle, Franco, Churchill) como para el comunista
(Stalin y Kruschev, Mao, Ho Chi Min, Tito), además de para los
grandes estados pos coloniales (Gandhi, Neru, Sukarno). Los
dirigentes de menos de cuarenta años eran una rareza, incluso en
regímenes revolucionarios, de ahí gran parte del impacto de Fidel
Castro, que se hizo del poder a los treinta y dos años...”
Hoy
ya entrado el Siglo XXI tenemos en nuestro país una crisis sistémica
de los partidos políticos en todas sus escalas, pero que presenta
posibilidades con la mayor participación día a día de muchos
jóvenes, que militan alegremente y que entienden la importancia del
compromiso militante. La militancia es una forma de vida.
Encaramos
desde esta lectura la importancia de complementar una formación
ciudadana, desde la necesaria reforma educativa pendiente, al
proyecto de extensión del derecho a voto a los chicos de 16 años
presentado por el senador Aníbal Fernández. Cuánto más temprano
tomen conciencia de la importancia de la política y de la
militancia, cuanto más temprano observen la centralidad de defender
a la democracia, cuanto más temprano opten por entrar a cualquier
estructura partidaria, cuánto más temprano suceda ganamos todos.
GRUPO
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