Intervención de Raúl Andrés Gallardo (Grupo 83 Solidaridad + Igualdad) en las Jornadas de Reflexión convocadas por la presidencia del Honorable Concejo Deliberante de Bahía Blanca en el marco del Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia:
“Hijo:
¿Qué es lo que querían los guerrilleros?
-Padre: Como te dije, tomar el poder por las armas y establecer un gobierno marxista autoritario a la imagen de Cuba..
-Hijo: ¿Y entonces?
-Padre: Las Fuerzas Armadas, las Fuerzas de Seguridad y Policiales, en cruentos enfrentamientos a lo largo de varios años , terminaron derrotando militarmente a estos verdaderos ejércitos revolucionarios. Fue una guerra terrible, con miles de muertos y desaparecidos . Como en toda guerra, ambos contendientes vulneraron los derechos humanos tal como fueron concebidos en la Declaración Universal de 1948 .
-Hijo:
¡Pero papá, si militarmente ganaron las Fuerzas Armadas defendiendo
las instituciones ! ¿Por qué ahora persiguen a sus miembros y no a
los que fueron terroristas?
-Padre: Mira hijo, esto es muy largo de explicar y lo dejaremos para otro día. Anda a dormir y a reponer fuerzas para mañana que debes estudiar para aprender y tener un mejor futuro que nuestra generación…”
Este diálogo ficcional entre padre e hijo lo leí hace un par de
años, al poco tiempo que el gobierno de Néstor Kirchner decidió
anular las leyes de impunidad que pesaban sobre todos los argentinos.
Es el comienzo de una serie de entregas de historia argentina que
circulaba vía mail entre un grupo de militares, fascículos que hoy
pueden encontrarse en internet recopilados bajo el título “Nuestra
Historia de los 70”.
Se preguntarán porque comenzar con esta referencia, y debemos dejar
en claro que la Memoria es por sobre todo un espacio de disputa, un
lugar de combate. Lejos de la comodidad de aquellos intelectuales que
buscan cierta tranquilidad amparada en una especie de neutralidad
valorativa, sostenemos que la Historia es una herramienta de
intervención política ya que el pasado es un lugar de disputa
alimentado desde el presente.
Y si hablamos de memoria, de verdad y de justicia no podemos menos
que dejar en claro que nuestra Argentina fue parida por una Dictadura
genocida, de carácter militar pero también civil y eclesiástica.
Hubo un enfrentamiento resuelto a sangre y fuego por los detentores
del poder, cuando vieron que sus intereses sociales y económicos
eran duramente cuestionados. Para defender esos privilegios
reprimieron, articularon una red de campos de concentración a lo
largo y ancho del país, secuestraron, violaron, robaron bebés,
cambiaron identidades. El partido militar fue nada más y nada menos
que su fiel brazo ejecutor. Construyeron así una Argentina para
pocos y se empeñaron en los años siguientes en consolidar esa
victoria.
El historiador Federico Lorenz se pregunta:
“Herederos del dolor y del
silencio, acaso hayamos incorporado fortísimamente el deber de la
memoria sin preguntarnos qué hacer con el recuerdo, la cual es una
pregunta política. Como generación no hemos decidido qué hacer con
el pasado más que preservarlo. Puede ser un noble fin, pensando en
los nuevos, pero esta situación, muchas veces, puede también ser
una forma que perpetúa la derrota. Qué hacer con el pasado es una
pregunta política porque inscribe a los muertos en un relato de
luchas, los homenajes en una serie de hitos identitarios de un
movimiento, de una clase, de un pueblo. El trauma deja de ser trauma
para pasar a ser herida profunda de un recorrido histórico. En una
búsqueda”
Somos lo que elegimos recordar, somos lo que elegimos olvidar. Y esa
generación aniquilada impugnaba fuertemente un orden establecido,
un orden de privilegios, un orden de desigualdades. Impugnaban al
capitalismo y ponían en el horizonte la construcción de una patria
socialista.
Y
si consideramos que nuestro accionar político directo es el Pago
Chico, y que la memoria es un lugar de disputa, no podemos dejar de
hacer referencia que dentro de unos días estaremos ante el 40°
aniversario del asesinato de Watu,
estudiante
y militante universitario,
que
fue
asesinado
por los matones de la Triple A el 3 de abril 1975 en
los pasillos de nuestra Universidad Nacional del Sur.
La
referencia a Watu no es arbitraria. Nos sirve para sostener
fuertemente que el accionar represivo de las fuerzas del terrorismo
estatal comenzó su desarrollo en nuestro país mucho antes del 24 de
Marzo de 1976, y si lo hizo fue de la mano de la autodenominada
Alianza Anticomunista Argentina (TRIPLE A), que solamente en nuestra
ciudad asesinó a más de 40 vecinos a partir de septiembre de 1974.
En Bahía Blanca su accionar de terror comenzó con el crimen del
Negrito García, obrero de 18 años,
militante
del PRT y cuyo cuerpo apareció baleado en el paraje conocido como
“El
Pibe de Oro”.
Tenemos
y debemos hablar de la Triple A, de su conformación, de sus
crímenes, de su ideología, de su funcionamiento. Con su fascismo
abonaron el miedo en la sociedad, buscaron por sobre todo domesticar
a un pueblo y mucha de su mano de obre luego fue mano de obra de la
dictadura de Videla, Massera y Agosti. Hay nombres propios en Bahía:
Rodolfo Ponce, Jorge
y Pablo Argibay, Roberto Sañudo, Raúl Aceituno, Juan Carlos Curzio,
Miguel Angel y Héctor Oscar Chisú.
José
Pablo Feinmman en el segundo tomo de “Peronismo: filosofía
política de una persistencia argentina” hace una larga cronología
de la violencia paraestatal
“Las fuerzas
salvajes las llama Horacio González. Bonasso, en su Diario de un
clandestino, les da un nombre menos poético pero que juega entre el
humor negro y el relato de terror. Los horribles, así les dice.
Eran, primero, las patotas fascistas. Después, la Triple A. Esa tapa
de El Caudillo. La que decía: “Quien le teme a la Triple A por
algo será”, señalaba una culpabilidad. “Por algo será”
quería decir “porque es un zurdo”. O “porque es un monto”. O
uno de la Tendencia. O lo que sea. En suma, un enemigo. Un enemigo de
Perón. Del peronismo y de la patria. Un comunista. Por eso le temían
a la Triple A. Si fueran honestos ciudadanos, peronistas trabajadores
o no peronistas que no jodían a nadie, podrían estar en paz.
Temerle a la Triple A era denunciarse. O como un puerco comunacho. Un
zurdo infiltrado. O un trosco con la camiseta peronista. Ese título
–que sale después de la muerte de Perón– revelaba algo: había
muchos que le temían a la Triple A.”
La
Triple A, la Misión Ivanissevich, que nos legó en Bahía Blanca la
intervención de Remus Tetu, y finalmente los cuatro decretos de
aniquilamiento firmados a partir de febrero de 1975 terminaron siendo
la antesala perfecta del 24 de Marzo. La muerte y el miedo son dos
elementos de fuerte cariz domesticador de una sociedad, la operación
que luego llevó acabo la Junta Militar fue de una atrocidad mucho
mayor pero los elementos autoritarios que permitieron esa larga noche
dictatorial ya convivían con nosotros. Me tomo la licencia de citar
nuevamente a José Pablo Feinmman:
“la muerte de
la Triple A era la muerte vejatoria, la muerte más la tortura, la
tortura sin fin, porque no era la “tortura de inteligencia”, la
Triple A no buscaba información, torturaba por puro sadismo,
torturaba innecesariamente, torturaba sólo para saciar la demencia
cruel, el salvajismo de la patota. Porque estaba formada por
torturadores. ¡Cuánto hiere y duele pensar a profesionales, a
obreros honestos, sindicalistas puros, a chicas jóvenes, a pibes que
se metieron en un sueño y no en la pesadilla que de pronto vivían,
a políticos cristalinos, a idealistas de todo tipo, en manos de
asesinos de la peor calaña, elegidos cuidadosamente por sus virtudes
canallescas, porque sabían pegar, torturar, picanear, violar,
humillar, porque eran expertos en las variadas, innumerables formas
de la vejación! (...) Los cadáveres de las zanjas –si bien
todavía no eran anónimos: sólo lo serían los desaparecidos, los
que ya no estarían nunca– eran reclamados por sus familias. Sólo
que, al ser tantos, empezaron a perder identidad. Un muerto terminó
por ser apenas otro fiambre que encontraron en una zanja”
Lejos
de ese miedo hoy estamos transitando los primeros 30 años de nuestra
Democracia parida en 1983 de la mano de Raúl Alfonsín. Democracia
que no fue tutelada por las Fuerzas Armadas, Democracia que escribió
el Nunca Más, Democracia que conformó la CONADEP, Democracia que
hizo el Juicio a las Juntas, Democracia que dijo NUNCA MAS,
Democracia que se tuvo que bancar los alzamientos carapintadas, y
porque no decirlo Democracia a la que se le apuntó y se le sacó por
extorsión las leyes de Obediencia de Vida y Punto Final. Pero como
la historia continúa, a pesar de aquellos que habían decretado su
final y la muerte de las ideologías, hoy tenemos una Democracia que
a partir del 2003 y con la voluntad del presidente Néstor Kirchner
anuló las leyes de impunidad, una Democracia de la Memoria, la
Verdad y la Justicia como políticas de Estado, una Democracia con
juicios a los genocidas en todo el país, una Democracia que avanza
trabajosamente en juzgar a los Massot, Blaquier, Mitre; una
Democracia con nietos recuperados, pero también una Democracia sin
Jorge Julio López.